Los Ceos y los famosos con sus lecciones
“La fama es caprichosa y lo sé. Tiene sus enormes beneficios, pero también se desvanece; así, de la nada”, dijo en alguna ocasión la célebre Marilyn Monroe, la mujer que lo tuvo todo, lo desaprovechó y murió en la decadencia absoluta. Y es que cuando una persona se convierte en figura pública, no hay vuelta atrás: la prensa asesta el golpe mortal si fracasa.
Ese es un motor que, a diferencia de otros empresarios, los denominados “famosos”, tienen. Ellos no se pueden equivocar en silencio. Y quienes por error caen, no recuperarán la fama que por muchos años cultivaron.
Por ello, los más precavidos empiezan una carrera paralela comoempresarios, invirtiendo sus ganancias en compañías que les aseguren un futuro con rendimientos y emplean su imagen pública, su acceso a medios y su poder de convocatoria a favor de sus negocios personales.
Cuna del show business, Estados Unidos nos ha dado grandes lecciones acerca de celebridades que han explorado exitosamente el mundo de los negocios para convertir su imagen, su nombre y su creatividad en marcas multimillonarias que les pagan, en muchas ocasiones, mucho más que sus proyectos de índole artística.
Algunos ejemplos son: Jennifer López, quien ha desarrollado un enorme negocio dentro de la celosa industria de la moda, cuyas facturas anuales rebasan por mucho los 130 millones de dólares (mdd). Por otro lado, la rockera Gwen Stefanni creó una marca de ropa que, ante el escepticismo de los especialistas, hoy genera cerca de 90 mdd. El actor de Melrose Place, Andrew Shue, canjeó la pantalla chica por su estabilidad financiera: un portal de internet para mamás, que hoy tiene más de 2 millones de suscriptores y genera cerca de 6.7 millones de dólares, según la publicación Business Insiders. Las Gemelas Olsen se convirtieron en las adolescentes menores de 16 años más ricas del mundo. Les bastó una popular serie de televisión (Tres por tres) y dirigir sus subsecuentes productos a un mercado cautivo (las niñas) para que hoy, según Forbes, posean una firma de accesorios cotizada en más de 1,000 mdd.
El impacto de estas marcas es enorme.
De hecho, su verdadero mérito es que generan una importante derrama de impuestos, importaciones, exportaciones, flujo interbancario, cadenas de valor, sueldos y empleos en diferentes niveles y para diversos perfiles: maquiladores, empacadores, cocineros, diseñadores, administradores, contadores, elementos de seguridad, modistas, empleados, creativos, publicistas, inversionistas y muchas personas.
Todos viven de estas empresas, cuyo éxito recae en el nombre de una sola persona con un rostro que es exhibido en todos lados.
¿Y en México? Aquí son pocos son los visionarios que han logrado combinar su profesión ante la cámara o en los escenarios con una vida empresarial exitosa.
Algunos, por falta de tiempo; otros, por falta de visión y muchos más por escepticismo y dudar de sus capacidades como jóvenes emprendedores. Sin embargo, Alan Estrada (actor y host de un show de variedades), Carla Medina (conductora), Erika Zaba (cantante), Mariana Ochoa(cantante y actriz) y Samo (cantante y compositor) son claras muestras de que el histrionismo no está peleado con el éxito empresarial.
Ese es un motor que, a diferencia de otros empresarios, los denominados “famosos”, tienen. Ellos no se pueden equivocar en silencio. Y quienes por error caen, no recuperarán la fama que por muchos años cultivaron.
Por ello, los más precavidos empiezan una carrera paralela comoempresarios, invirtiendo sus ganancias en compañías que les aseguren un futuro con rendimientos y emplean su imagen pública, su acceso a medios y su poder de convocatoria a favor de sus negocios personales.
Cuna del show business, Estados Unidos nos ha dado grandes lecciones acerca de celebridades que han explorado exitosamente el mundo de los negocios para convertir su imagen, su nombre y su creatividad en marcas multimillonarias que les pagan, en muchas ocasiones, mucho más que sus proyectos de índole artística.
Algunos ejemplos son: Jennifer López, quien ha desarrollado un enorme negocio dentro de la celosa industria de la moda, cuyas facturas anuales rebasan por mucho los 130 millones de dólares (mdd). Por otro lado, la rockera Gwen Stefanni creó una marca de ropa que, ante el escepticismo de los especialistas, hoy genera cerca de 90 mdd. El actor de Melrose Place, Andrew Shue, canjeó la pantalla chica por su estabilidad financiera: un portal de internet para mamás, que hoy tiene más de 2 millones de suscriptores y genera cerca de 6.7 millones de dólares, según la publicación Business Insiders. Las Gemelas Olsen se convirtieron en las adolescentes menores de 16 años más ricas del mundo. Les bastó una popular serie de televisión (Tres por tres) y dirigir sus subsecuentes productos a un mercado cautivo (las niñas) para que hoy, según Forbes, posean una firma de accesorios cotizada en más de 1,000 mdd.
El impacto de estas marcas es enorme.
De hecho, su verdadero mérito es que generan una importante derrama de impuestos, importaciones, exportaciones, flujo interbancario, cadenas de valor, sueldos y empleos en diferentes niveles y para diversos perfiles: maquiladores, empacadores, cocineros, diseñadores, administradores, contadores, elementos de seguridad, modistas, empleados, creativos, publicistas, inversionistas y muchas personas.
Todos viven de estas empresas, cuyo éxito recae en el nombre de una sola persona con un rostro que es exhibido en todos lados.
¿Y en México? Aquí son pocos son los visionarios que han logrado combinar su profesión ante la cámara o en los escenarios con una vida empresarial exitosa.
Algunos, por falta de tiempo; otros, por falta de visión y muchos más por escepticismo y dudar de sus capacidades como jóvenes emprendedores. Sin embargo, Alan Estrada (actor y host de un show de variedades), Carla Medina (conductora), Erika Zaba (cantante), Mariana Ochoa(cantante y actriz) y Samo (cantante y compositor) son claras muestras de que el histrionismo no está peleado con el éxito empresarial.
Los Ceos y los famosos con sus lecciones
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